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Wicha- Historia Especial NCA

Nombre: Luisa A. Vásquez A.
Edad: 14 años.
País/Ciudad: Venezuela, Puerto Ordaz.
Categoría: Solista
Blog: www.elle.metroblog.com

Tú, Yo, Ustedes.

 



         Su espalda se desdibujó en la lejanía, con el  sinuoso caminar tan suyo  que ahora tenía un nuevo significado para mí. Aún en mis labios sentía la presión del último beso, su aliento llenaba todavía mi boca con aquella mezcla de menta y canela tan dulce y ahora tan extraña. Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas y me di vuelta, cruzando el prado hasta encerrarme en casa. Destrozada. Sola.

 

Mi historia comienza donde la memoria ahora falla, donde los recuerdos comienzan a fundirse y nacen nuevas y realistas formas. Éramos él y yo, juntos, bajo la sombra fresca que nos daba el gran árbol de mango.

 

Ése día jugábamos metras, como siempre hacíamos los jueves por la tarde, Manuel era muy ordenado incluso de pequeño e insistía en que debíamos jugar algo diferente cada día, aunque estuviésemos “obsesionados” con uno en particular. Los otros chicos comenzaron con nosotros hasta que, después de una semana bajo el férreo control de Manuel, todos se cansaron dejándonos solos.

 

Yo, por supuesto, no iba a dejarle.

 

Yo le amaba, incluso antes de poder compartir tanto tiempo con él, amaba su mirada, amaba su caminar, la forma en que mandaba y los demás obedecían al instante, el hecho de que lanzara la metra y pegara justo donde quería que pegara. Yo le amaba y le amo, también solía admirarle.

 

Manuel tenía una voz fuerte, brazos grandes donde podía cobijarme, y su piel trigueña combinaba a la perfección con su cabello negro azabache, sus ojos eran de un color extraño que usualmente espantaba a los más pequeños. Eran marrones y verde. Eran raros. Aunque hermosos. Y estaban fijos en mí cuando le dio a aquella metra de color ambarino que tanto me gustaba, robándola.

 

-¡No es justo! –chillé- ¡Con eso no ganas nada, Manuel! ¡El hoyo está del otro lado!

 

Su mirada hizo que callara, formulando la orden que su boca no había emitido. Le devolví una mirada envenenada y abrí mi boca para replicar algo inexistente.

 

-Cállate, Elena, no nos estamos jugando las canicas-

-¡No me calles! ¡¿Y por qué justo tenías que apuntarle a esa?!-

-Porque me gusta hacerte enojar –contestó, con el cariño en la voz y la mirada-

-No es bonito, Manuel, en verdad me molesta que le des a esa –refunfuñé-

-Vamos, Nena, es sólo un juego. Luego te compraré una de las que están en el aparador, de esas que tanto te gustan-

 

Acto seguido me abrazó, jugándole una mala pasada a mi mente que se embriagó con su perfume. Su mano -sucia por la tierra que acumulaban las metras al ser lanzadas- rozó mi cara, describiendo la desigual línea del puente de mi nariz y posteriormente mi barbilla. Sonreí.

 

-No te ves bien cuando te enojas, Elena –murmuró y yo me sonrojé-

-Tú me haces enojar, Manuel, si no te gusta cómo me veo ¿por qué lo haces? –repliqué, con reproche-

-Es divertido –contestó de inmediato y su cara se arrugó en una sonrisa-

 

Resoplé, sólo para contentarme con él segundo después y sonreírle de vuelta. Entonces volvió a abrazarme, sus brazos fuertes trituraron mi torso ¡pero qué bien se sintió! Mi cuerpo se volvió ligero, mágico, como todo lo que tocaba Manuel. Fui feliz, junto a él, ese era el único estado que conocía, la felicidad.

 

~ · ~

 

-Te tengo una sorpresa –canturreó en mi oído- Sé que te gustará-

-¿Qué es? –inquirí curiosa-

-Elena, es una sorpresa, ¡no puedes saberlo hasta que veas lo que voy a darte!-

-¡Pero yo quiero saber!-

-Elena…-comenzó y yo callé-

 

Ésta, pieza de una de mis más recientes memorias, es especialmente dolorosa. Teníamos dieciséis años, tres más que la última vez que nos atrevimos a jugar metras, trompo o volar papagayos y uno más desde que él había pedido a mi padre el permiso para sacarme a pasear de vez en cuando, ostentando el título de “mi novio”. No hay descripción posible para cuán feliz me sentía.

 

Nuestra relación era perfecta, él me regalaba cosas y me abrazaba, íbamos de vez en cuando al cine de la ciudad, ése recién inaugurado que estaba atestado tanto en días de semana como en los fines, luego íbamos a comer helados y estábamos bien. Manuel solía dejarme besarle mientras comíamos helado, nunca en otra ocasión, por lo que esperaba nuestras salidas con bastante excitación. Ese día era de salida. Y éste también lo era.

 

Volviendo a la historia, ése día, cercano a su decimoséptimo cumpleaños, me regaló una rosa arrancada del hermoso huerto de su madre, el mismo que añoraba sería mío algún día. Cosa imposible ahora.

 

-Está preciosa –recuerdo haberle dicho, justo cuando me pinché- Diablos –gemí, viendo el puntito rojo-

-No es nada, mi vida –aseguró y besó mi dedo. Me sentí desfallecer- ¿Ves? Ya está curado-

 

Su murmullo hizo que le viera, de inmediato aparté la cara por la vergüenza que me causaba. Él también me veía, casi traspasaba con su mirada de color bosque. Y fui yo quien cedió, ahora, en retrospectiva, soy yo quien cede siempre. Siempre cedí y siempre lo haré en cuanto a Manuel. Por eso estoy aquí, de éste lado de la puerta y no afuera en el jardín, reclamándole todavía.

 

 

Tal vez tome un respiro, las memorias acerca de Manuel duelen, y se bloquean, duelen y me bloquean. Lo siguiente, no tan cruento para la piltrafa que en estos momentos soy, es un recuerdo más bien vago, poco preciso y sin ninguna posible importancia para tí, pero para mí fue el principio del fin.

 

-Elena, él es Carlos, un amigo de Caracas –dijo, con voz segura-

-Mucho gusto –contesté, estrechando la mano del chico con una sonrisa-

 

Carlos me atrajo hacia sí y depositó un beso en mi mejilla, no pude evitar más que captar su aroma puramente femenino y la manera tan delicada del beso, en nada parecida a cómo me besaba Manuel.

 

-Igualmente, Nena –dijo Carlos, en una clara imitación de Manuel-

-Va a quedarse en mi casa una temporada, ha venido a estudiar en la UCAB y necesita posada –explicó mi novio-

 

“Amigo de la familia” dijeron mis pensamientos y yo asentí, con la que sabía era la sonrisa que le agradaba a Manuel. Volví a tomar asiento frente al televisor y dejé que ellos se acercaran a la cocina; debían estar sedientos, a Puerto Ordaz había llegado el calor, y un paseo al terminal de pasajeros agotaba hasta el más atrevido.

 

Las risas –guturales de Manuel y como gorjeos de Carlos- que provenían desde la cocina me hicieron voltear. Manuel llevaba su remera favorita completamente empapada mientras Carlos buscaba las servilletas.

 

“Si yo hubiese hecho eso, estuviera en problemas” pensé retornando a la televisión, donde ahora pasaban una caricatura.

 

Y así los días continuaron, entré a la universidad, consiguiendo una beca completa para estudiar en la UNEXPO, Manuel y Carlos estudiaban en la UCAB, así que, como era natural, no les veía ya con la misma frecuencia. Manuel iba a recogerme todos los días a la misma hora en el viejo Chevy de su padre, antes, podía ir en el asiento del copiloto y admirar la belleza de la nueva Puerto Ordaz. Ahora, me tocaba ir detrás, con las mochilas como única compañía y observándoles divertirse como a través de un vidrio.

 

Injusticias, desilusiones. Y seguía amándole. Ya casi no podíamos estar juntos, pues Carlos siempre era incluido, en las salidas, reuniones de estudio. En todo. Y me cansaba. Comencé a sentirme excluida, incluso dentro de mi propio y perfecto universo.

 

La conducta intachable de Manuel se vio manchada por plantones, discusiones, y tal vez estuve harta desde el principio, pero no lo dije. Tal como yo lo veía, Manuel merecía libertad y pasar tiempo con amigos, en compensación de todo el que yo le había quitado. Carlos era su amigo y debía estar bien el que se la pasasen juntos. Hubo un tiempo en que me parecieron aceptables los plantones. Pero, un día de mal humor, hice el intento de explotar.

 

-¡Manuel! –grité, ya furiosa-

-el reía y se detuvo en seco- Espérame un momento, Carlos –pidió -¿Qué pasa, Elena?-

-Manuel, no es justo-

-¿Qué no es justo? –inquirió con falsa inocencia-

-¡No es justo que me dejes de lado!-

-¿Cómo diablos se supone que te dejo de lado?-

-¡Sólo…! ¡lo haces! ¿de acuerdo? –repliqué, llevando una mano a mi boca- ¡Y ya estoy…!

-Cállate, Elena –ordenó y yo callé- Hablaremos de esto después-

 

El caso es que no lo hicimos. Esperé, esperé y esperé y nunca llegó el día de hablar de cómo me sentía. Creí notar una mejoría en cuanto al comportamiento de Manuel, ahora Carlos me daba su lugar en el copiloto algunas veces, la mayor parte de ellas en lunes. Pero seguía sintiéndome mal. A cambio de un puesto en el camión, ya no salía con el que se suponía era mi novio.

 

Mi cumpleaños pasó en un olvidadizo vuelo, sintiendo ahora la indiferencia en los ojos de Manuel, en sus gestos, en los olvidados besos. Y sus maneras. Manuel ya no era mi Manuel, era un extraño con el que estaba por amor al pasado. Y me duele, me duele y lloro porque ya nada es igual ni nunca lo será.

 

Enero llegó volando, en brazos de un moreno casi inexistente, y pasó con la misma rapidez, dejando a febrero frente a mí y con él al día de San Valentín.

 

-Debo decirte algo –aseguró, a través de la línea telefónica-

-Claro, dime-

-Mejor, vayamos al Ecomuseo el 14 ¿te parece? Hace mucho tiempo que no salimos. Podré decírtelo entonces-

-Manuel –llamé, riendo- catorce es mañana-

-¡Cierto! –rió también- Entonces, paso a recogerte mañana a eso de las ocho, tengo algunas cosas de las que hablarte-

-Está bien –dije en son de despedida y oí cómo apartaba el auricular de sí-  Oye Manuel…-

-¿Qué? –preguntó al segundo-

-Te amo –contesté, esperando una respuesta-

-Yo también a ti, Nena, te amo –dio un beso y colgó-

 

El alivio –y esto lo recuerdo bien- llamó a mi puerta, llenándome de felicidad y quitándole el puesto a la confusión. Manuel me amaba. Eso era lo único que estaba en mi cabeza las veces que salté de la cama al suelo y di traspiés en mi habitación. Deshice mi placard buscando algo que le gustara a él, optando por un vestido que me había regalado la primavera pasada.

 

En la mañana, no había persona más feliz que yo, sentía que mi jardín florecía con los aromas de la primavera y que todo era verde y celeste. Y luego rosa, del color del algodón de azúcar que venden en el parque todas las tardes, rosa, como mi vestido.

 

Todo era hermoso.

 

El claxon de la camioneta sonó y bajé las escaleras corriendo, me despedí de mamá y papá y estuve sentada en el puesto del copiloto en un santiamén. Él sonreía, como siempre que usaba uno de sus regalos y bajó del auto para abrirme la puerta, yo entré y en seguida arrancamos.

 

Su risa gutural acompañada de la mía, horrible y descompasada. Éramos los de siempre, en un paseo normal como cualquier día de San Valentín; riendo al son de los chistes y las metáforas cluecas de Arjona en el reproductor de CD’s. Frente a nosotros, la parcialmente nueva ciudad nos sonreía junto al sol y la rica hidrografía.

 

 Después de 15 minutos de camino, nos bajamos en el prado verdecito del Ecomuseo, con sus fuentes y árboles gigantescos, la represa junto al edificio y todo un día de exploración. Los chorritos de agua se movían en todas direcciones, mientras las iguanas hacían su danza al compás del sol. Nosotros tomamos asiento en un banquito.

 

-¡Ay, está tan hermoso el día! –recuerdo haber exclamado-

-Sí, muy bonito –acordó Manuel con una sonrisa-

-Y es día de los enamorados, Manu –avisé emocionada-

 

Manuel me abrazó, sin ton ni son, me abrazó fuerte, cándido y sin dejarme ir. Sentí su cabeza agacharse en mi hombro, donde sus labios tocaron mi piel.

 

-Efectivamente, hoy es día de los enamorados –susurró en mi oído y me sonrojé-

-¿Qué haremos hoy? –pregunté, entusiasta-

-Todo lo que tú desees, princesa –contestó-

 

Me supo a gloria. E inmediatamente después me supo a hiel. ¿No te ha pasado, Martha, que cuando una cosa es extrañamente perfecta, algo malo trae? Así me sentí en ese momento, con Manuel, sentí que era tan perfecto que era surrealista. Y eso me preocupaba. Opté por seguir la corriente y me separé de él, tomándole de la mano como si fuese la última vez. Ahora comprendo que sí lo era.

 

Él la besó y me besó los labios. Miel, miel y cielo.

 

-Te amo-

-Y yo a ti-

 

Cerca de allí, a unos cinco metros, el piso mojado era ocupado por una multitud de vendedores de refrescos, helados y algodón dulce, de ese morado que tanto me gusta. Manuel me llevó hasta allí y me compró el más grande, de color violeta brillante y con un ligero sabor a chicle bomba y un refresco gigante para los dos. Luego, suponía yo, entraríamos al Ecomuseo por la exposición.

 

-Entonces, ¿qué ibas a decirme?-

 

Manuel frunció el entrecejo y apretó la mano alrededor del refresco.

 

-¿Manuel? –llamé, en obvia demanda de una respuesta-

- –suspiró- Supongo que tendré que decírtelo de una manera u otra-

 

Me asusté, quise correr lejos de lo que se avecinaba pero, en su lugar, me quedé allí.

 

-Cuéntame-

 

-El punto es que, nosotros dos… ya no puedo, Nena. Carlos y yo… compréndeme ¿sí? Él es todo para mí ahora, lo que no significa que no te ame, pero…-

 

Al otro lado de la línea telefónica, el “oh” de mi amiga se escuchó, haciendo eco de lo que pensé en ese momento. Las lágrimas se acentuaron en mis mejillas y sentí mi corazón explotar. Manuel, mi Manuel, es ahora sólo un espejismo, es el Manuel de Carlos, ese que vino de tan lejos para arrebatarme sin previo aviso lo que por tanto tiempo creí mío. Tranqué la línea telefónica antes que Martha pudiese decirme nada y me levanté del suelo. Que nadie me viese llorar.

 

Subí los veintisiete escalones a mi habitación y me encerré. Segura de que me quedaría allí mucho tiempo. Mamá despotricaba abajo con el que había sido mi novio por dos años y mi amigo de toda la vida, le ignoré todo el camino hacia arriba, procurando no escuchar sus palabras que me herían como dagas al tratarse de él.

 

Manuel seguía, sigue y seguirá en mi mente como una sonata de amor, antes tocada para mí, ahora con más fuerza y vigor para otra persona. Y aquí, empapada, me digo.

 

Si él es feliz ¿qué puedo hacer yo?

 

“Nada” responde mi memoria y me sumo en la apacible tranquilidad del sueño, donde nadie me quita nada y Manuel y yo estamos juntos, comiendo algodón de dulce en el Ecomuseo, junto a un árbol de mango y una cancha con metras.

 

~ • ~

 

“Mientras el amor sea puro, poco importa lo que otros piensen”

 

“Pese a ser ustedes, siento que un nosotros vive cerca”

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