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Wicha

Nombre: Luisa Vásquez
Edad: 13 años
Ciudad y País: Puerto Ordaz, Venezuela
Categoría: Individual
Tema: Halloween

Fantasía o Realidad

Capas de negro tul volaban sobre la cabeza de la menuda chica, que, aterrorizada, presenciaba el desastre que las modistas habían hecho de su habitación. Cubriendo a un maniquí, reposaba lo que más adelante sería un imponente vestido. Louise lo encontraba muchísimo mejor como estaba. Su madre, madame Arouret, había mandado, bastante emocionada, las invitaciones para la próxima fiesta, ella, por su parte, no mostraba sentimiento alguno.
 
Rato después, volvía a estar sola, en su amplia habitación, contemplando la pieza más importante de su disfraz. No tenía idea de cómo iba a lograr meterse allí, pero, tenía que hacerlo. Se subió al banquillo del probador y le pidió ayuda a Claire, mediante señas. En segundos, su esbelta figura se hallaba dentro del vestido, su nívea piel resaltaba sobremanera con aquellas oscuras telas; haciéndola parecer, de alguna manera, un espectro. Una hermosa aparición.
 
Estuvo largo tiempo mirándose al espejo, sí, el vestido le había gustado más antes, pero, ahora con él cubriéndola, se sentía como una princesa. Unos vagos toques a la puerta le indicaron que era momento de volver a la realidad. Los ignoró y siguió con su secreta pasarela; la vanidad hizo acto de presencia en su reflejo, donde el sol arrancaba destellos a su cabellera cobriza. Enfundó de nuevo el maniquí con el vestido y dispúsose a ponerse una bata.
 
Cherie… -llamó una voz masculina-
Ya voy, Antoine, ya voy –contestó ella de manera mordaz-
Sólo quiero avisarte que Monsieur Delacour ha venido a visitarte-
Está bien –resopló ella, lanzando una maldición entre dientes-
 
Delacour; ese nombre hacía que sus entrañas dieran giros de 360 grados y no precisamente por una buena emoción. Era galante, sí, un caballero, tal vez; sus lacios cabellos de oro -en un inmaculado peinado- opacaban la luz del sol, los zafiros en sus ojos eran hipnotizantes, pero el aire de superioridad y la pedantería que le caracterizaban simplemente; la molestaban.
 
Apartando sus emociones actuales de la situación, en años anteriores había sido una chiquilla más prendada de aquel príncipe de cuento. Soñaba con él, tanto de día como de noche y no podía apartar su mirada de aquella musculatura tensa, sus brazos de acero y el cálido rosa de sus labios, perfectos persuasores de motines. Había estado enamorada de él, aún lo estaba, pero se negaba a aceptar que no le hubiera aceptado; que no abrazara sus ideas, y, sobre todas las cosas, que nunca hubiera mostrado siquiera una ínfima cantidad de interés sobre ella. Se sentía ultrajada y bastante turbada cada vez que recordaba esto.
 
Los pasos en la escalera se acentuaron y pronto estuvieron frente a la puerta, se detuvieron y un pausado retumbar hizo que el pedazo de madera chirriara. Louise se anudó la bata con precisión y compuso su mejor cara de molestia mientras murmuraba un “pase”. Esa mirada de perdición se asomó por el resquicio de la puerta, haciéndola bajar todas las barreras.
 
¿Por qué? ¿por qué ahora? Ahora que estaba decidida a detestarle, él seguía apareciendo en su vida. La quería. Se lo había dicho. La quería para él; y ella de buen grado hubiese accedido si su molesto orgullo no hubiese trazado el majestuoso plan de la ponzoña. Ahora, tenía 5 segundos exactos para volver a armarse, él sólo le dio 3, así que no pudo evitar derretirse cuando su aroma varonil y la voz gutural le indicaron que ya se encontraba en la habitación.
 
Amélie –la llamó él a manera de saludo-
Jacques –contestó ella con una mueca- He dicho que no me llames por ese nombre-
Perdona, Lu, pero, así estoy acostumbrado a llamarte-
¡Simplemente no lo hagas! –exclamó, acelerando su respiración-
¿Te molesta que haya venido?-
N…-dudó un instante- Sí, me molesta, eres molesto, todo lo que tenga que ver con tu persona es detestable-
No fuiste precisa-
No hay que serlo, estás en mi recámara, puedo hacer o decir lo que se me plazca-
 
Él la abrazó, haciendo el espacio entre ellos casi nulo, y, francamente, ella quería que ese momento durara la eternidad. Su aroma ahora se entrelazaba al de ella, poseyéndolo y lanzándolo al olvido, quería, de una vez por todas, que sintiera lo que en verdad trataba de decirle. Él la amaba, había tardado largo tiempo en decidirlo, en darse cuenta y ahora, las fuerzas de ella estaban orientadas exclusivamente a odiarle. No quería que le odiara, no permitiría que lo hiciera. Louise Amélie siempre le había parecido hermosa, delicada…especial; pero no le atraía mas que de una forma fraternal. Ahora, el sentimiento había crecido y él no sabía cómo lidiar con eso.
 
Suéltame –su exigencia denotaba un orgullo pisoteado-
No –bajó la mirada hacia ella-
Hazlo –un brillo rojo recorría sus pupilas-
No, no lo haré, no lo haré hasta que respondas la pregunta-
¿Cuál pregunta? –inquirió haciéndose la olvidada-
La que te hice en el roble el verano pasado-
No hay necesidad de responderla, ya la he contestado-
Esa no fue una contestación, fue una malcriadez –intensificó el poder de su mirada-
¡De todas maneras te contesté Jacques! ¡Suéltame! –no quería admitir que sus rodillas comenzaban a flaquear-
Si hubiese sido una contestación definitiva no estuvieras temblando ante mi toque-
¡Es por odio!-
Me amas –no fue una pregunta-
No, no lo hago –se apresuró a contestar, más para ella que para él-
Me amas tanto como yo a ti-
¿Por qué te empeñas en formar fantasías?-
 
Jacques la soltó bruscamente, Louise cayó sobre un suave almohadón de plumas y sus amigas de la infancia hicieron acto de presencia. Desvió la mirada, y trató de guardar silencio; la mirada expectante de él se cerraba en torno a sus movimientos y, sabía, que si él se daba cuenta de que lloraba; todas las barreras se romperían. ¡Cómo había ansiado el momento en que él la abrazara de esa manera! Pero, ahora ella no quería nada de él, de eso se convenció antes de tomar su habilidad histriónica y tornarla en contra de Jacques. Le miró con furia, de forma temeraria, pero no estaba preparada. Sus ojos azules en seguida volvieron a hacerla débil, la desilusión reflejada en la cara de él avisaron a sus impulsos de unirlos en otro abrazo.
 
Vete –soltó ente dientes, a modo de siseo- No volveré a pedirlo-
De acuerdo –dio unos cuantos pasos hasta la puerta- Buenas tardes mademoiselle Delacour –hizo especial énfasis en esa palabra y luego salió-
¡Es Arouret! ¡Arouret! –explotó en chillidos-
 
No bajó a cenar, no dio las buenas noches. Su cabeza estaba sumida en la más profunda penumbra. Las mullidas almohadas la rodeaban, amoldándose a su pequeña y perdida sesera, ayudando a que poco a poco fueran desvaneciéndose los límites de la iluminada habitación y ella se entregara al sueño.
 
Estaba él, en su sueño, acunándola con fuerza y montando una escena totalmente distinta al posar sus labios sobre los de ella, de forma casi imperceptible. Fue como volver a la vida y, gradualmente, fue dándose cuenta de que no estaba soñando, se encontraba en una realidad muy realista y un par de destellantes ojos azules la miraban despertarse. Su primera reacción fue la de gritar, y quedó prontamente en el olvido cuando otro beso le calló. Los nervios montaron una revolución, despojándola de toda barrera física o mental. Sólo eran ella, él….y sus besos.
 
Te amo…te amo –se escapó de sus labios-
 
Craso error. Acababa de develar su posición, aquella que se había esforzado en ocultar; y los ojos azules se tornaban acusadores de un momento a otro. Los besos se hacían ahora apasionados, salvajes…hirientes. En un relámpago, no sintió nada más.
Los sentidos habían vuelto, y la desazón compuesta por la desaparición del portador de los besos le escaldaba el cuerpo entero.
 
A la mañana siguiente, Louise esperó diligentemente en frente de la ventana. Esperaba, fervientemente, que el corcel negro se detuviera en el empedrado y el arrogante parisino se apeara de él. Pero nada pasó, ni esa mañana, ni la siguiente, ni las 30 que pasaron al galope detrás de las 2 primeras. 
 
Lo había hecho de nuevo. Había jugado con su corazón, se había hecho camino hacia el centro y una vez allí había disparado todas sus municiones hasta dejarlo hecho trizas.
 
La fecha fijada para la fiesta le tomó por sorpresa el 31 de octubre, y centenares de invitados le esperaban justo debajo de sus pies. Contuvo las lágrimas una vez más y llamó a Claire. Ésta salió de algún apartado rincón, sosteniendo dos pares de lustrosos zapatos de baile; Amélie tomó uno en sus manos y mandó guardar el otro.
 
Claire le calzó los zapatos y le acercó la escalerilla para subirse al taburete.  Una vez allí, la corsetería del vestido le hizo sentir una opresión ligeramente mayor a la que la atormentaba esos días por el infortunio sufrido. Respiró hondo y el sentimiento de opresión cedió su lugar a la furia contenida, contuvo las lágrimas causadas por esta última emoción y fue directo hacia el espejo.
 
Lo que vio allí, en su reflejo, fue mucho más de lo que podía soportar. En primera instancia estaba ella, con el vestido que llenaba casi todo el inmenso recuadro, los largos y oscuros círculos que rodeaban sus ojos, esa mirada perdida que la caracterizaba desde hace algún tiempo y…él le sonreía desde detrás de su figura. Una sonrisa cargada de algo nefasto.
 
Su corazón amenazó con desprenderse al ver la expresión de Jacques, quien la atrajo hacia sí, susurrándole odiosas frases al oído. Algo filoso tocó su cuello, los reflejos se hicieron presentes y su mano se movió hasta la parte en una fracción de segundo para encontrarse con su fría piel, y el reflejo de su propio miedo en el espejo. No estaba allí…nunca lo había estado.
 
El barandal de la escalera desapareció sobre su mano, las costosas telas crujían bajo sus pies y la multitud susurraba, desbocando sus secretos y deseos. La mirada al frente, perdida en el espacio, y, en la misma instancia, tratando de encontrar un resquicio de luz en aquel campo oscuro. Se propuso, antes de darle la cara al mundo, encontrar aquel par de zafiros que tanto amaba, e iba a lograrlo. El último escalón desapareció bajo sus pies y se encontró de pronto en medio de las máscaras y la frívola cortesía de una fiesta de disfraces.
 
Un par de danzantes ojos le seguían el paso a través del salón, mirando cada movimiento, capturando la esencia del mismo. La fría mano se posó sobre la cintura de Louise, haciéndola dar un respingo y un intento de caída, detenido por el armazón del vestido. Al voltear, Jacques se encontraba frente a ella, con una de sus mejores sonrisas burlonas y un par de copas, desfilando precariamente sobre su mano izquierda.
 
…Él le había encontrado.
 
“Jacques”, musitó la chica, y sostuvo la copa que él le tendía. Dentro, algo parecido al ponche parecía describir elaborados círculos; él le dio un sorbo a la bebida y ella hizo lo propio. Dulce, sólo podría describirlo así, no era ponche, en absoluto, tampoco vino. Jacques llenó su copa de nuevo cuando ésta estuvo vacía y la llevó, entre la gente, hacia las puertas batientes del patio lateral.
 
Estás hermosa, cherie –susurró a su oído-
G-gracias –tartamudeó ella, agarrándose a los faldones del vestido para no caer-
Te he extrañado –confesó-
Patrañas –siseó furiosa-
He tenido algunos…impedimentos –aclaró, algo dudoso-
No te creo –la cercanía entre ambos se hacía más que evidente-
Lo haces, está escrito en tus ojos-
 
Su respiración describía un delicioso vaho que se agrupaba para luego azotar con fuerza la cara de la chica, de por sí algo aturdida. Acorralada entre Jacques y la pared, como estaba, no podía moverse. Pronto sucumbiría su voluntad ante él.
 
Jacques acortó la distancia, y las faldas del vestido retrocedieron con un suave crujir, la opresión volvió a formarse en el pecho de Louise, al paso que él se acercaba más, pronto, la corsetería no fue lo único que dificultaba el paso del aire. La mirada, otrora amenazante del chico, lanzaba destellos de pura felicidad y ternura. La boca de Louise se abrió en muda exclamación cuando la mano de él se posó en su mejilla, en una suave caricia…preludio de un beso.
 
Despertó entre las sábanas, con un sudor frío recorriendo su espalda. La oscuridad lo llenaba todo, imposibilitando la visión, aunque, sentía diversos objetos cerca de ella.
 
Bajó de la cama y al instante, el frío piso se encontró haciendo contacto con sus pies. Se orientó hacia donde creía que se encontraba la pared, y tanteó, en busca de un interruptor. Cuando al fin lo encontró, presionó el botón y una luz blanca, enceguecedora, inundó el lugar.
 
Entornó los ojos, acostumbrándose a la luminosidad del lugar. Había cerámica blanca en el piso, y las paredes, de igual níveo color, se prolongaban hasta perderse de vista. Puertas de cristal, con ventanas de piso a techo a juego, estaban por todo el lugar y un curioso pitido sonaba sin cesar.
 
Su vista dio vuelta hacia el lugar inicial y entonces, descubrió que el pitido venía de una igualmente curiosa máquina ubicada al lado de la cama. Caminó un poco hasta ver unas pequeñas gotitas de color carmesí en el piso, formando un trazo, lo mismo en la cama. La mirada fue bajando gradualmente hasta que se encontró con el lugar de origen de la sangre. Su brazo.
 
Lo contempló por un momento, y el débil flujo de sangre cesó. En la cama se encontraba una aguja, sujeta con vendajes, dedujo que se había separado de su cuerpo con el forcejeo.
 
Se había figurado dónde estaba…se encontraba en un hospital.
 
Llevó sus pasos perdidos hacia una puerta lateral, escondida entre las cortinas. Su cabeza daba vueltas, y el recuerdo del beso con Jacques se mantenía vívido en ella. Una vez dentro, la habitación era un cuarto de baño. La pequeña bañera se encontraba en una esquina y un espejo a medio cuerpo ocupaba gran parte de la pared de los lavabos, que se encontraban al nivel de éste.
 
Un rostro pálido, con ojeras semejantes a la de su disfraz le sonreía de vuelta, en una mueca de dolor. Varios moretones y cortadas rellenaban los espacios en blanco y un vendaje cubría parte de su cabeza. Sujeta a su cuello con adhesivo quirúrgico, estaba una gasa, que cubría el punto más doloroso, según su sistema nervioso. No tenía la menor idea de lo que había pasado, pero, estaba consciente de que se encontraba en un servicio hospitalario, bastante avant garde, según había visto.
 
Se llevó una mano al rostro, causando un dolor insoportable que le hizo gritar, algo iba mal. Súbitamente, todo su cuerpo comenzó a dolerle y los gritos se hicieron más agudos y seguidos. Sintió el toque de alguien sobre el dolor y volteó. Jacques estaba vestido con una bata de galeno, cogiéndola en brazos, la habitación y el rostro de él, se hacían esporádicamente más borrosos, hasta que desaparecieron y ella quedó en blanco.
 
Todo había sido una fantasía.
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